EU
2018 y 2020 ¿Otra guerra electorera?
John
Saxe-Fernández
Hoy
no es novedad el vínculo de la diplomacia de fuerza desplegada por
el régimen de alta militarización de Trump contra Irán, Corea del
Norte y Venezuela, y los comicios legislativos de 2018 en que los
republicanos se juegan el control del Senado, de la Cámara de
Representantes y las presidenciales de 2020. Gestar una guerra de
agresión, electorera, como vimos en la relección de Bush/Cheney,
todo un crimen de lesa humanidad, ha sido ingrediente usado por
candidatos y mandatarios de Estados Unidos en pos de la Casa Blanca.
Con la geopolitización de las relaciones económicas
internacionales, entre los principales precipitantes de guerra
mundial (A. Milward, 1986) Trump busca repetir aquello de que ante
una amenaza externa la población se adhiere al presidente con alto
efecto electoral, máxime en una economía permanente de guerra a la
que le es esencial la movilización de recursos humanos y materiales
contra enemigos internos o externos, reales o fabricados. (Sobre los
costos y corrupción del sistema ver: Marcus Raskin y G. D. Squires
“America’s Warfare Welfare State”, The Nation octubre 2012).
Sin
embargo, cuando esto ocurre en un contexto de estancamiento secular
con pobreza al alza, magna desigualdad salarial, económico-social y
bajo creciente oligarquización del poder, la agresión de clase y la
unilateralidad bélica es un coctel de alto riesgo doméstico y
externo. Según estudio del Centro Stanford sobre Pobreza e
inequidad, en los pasados 30 años la inequidad salarial en Estados
Unidos se acercaba en 2011 al nivel extremo prevaleciente antes de la
Gran Depresión, mientras la diferencia entre el sueldo de los
gerentes y el sueldo promedio de un trabajador industrial o de
producción pasó de 24 veces en 1965 a 185 veces en 2009. La
concentración de la riqueza familiar se intensificó desde los años
1980. El 10 por ciento más rico en 1983 controlaba 68.2 por ciento
de la riqueza total de Estados Unidos. Ya en 2007 ese control pasó a
73.1 por ciento. La inequidad siguió en aumento por género, raza,
edad y educación.
El
empeoramiento de la desigualdad con Trump a poco menos de un año en
el poder no sólo es notable, sino que también alienta el rechazo de
su base electoral al crecer la disonancia cognoscitiva ( Festinger
1957) entre las arengas del magnate-candidato en pro de trabajadores
y clase media y la inequidad del magnate-presidente cuya política
fiscal agrede en los hechos a las familias de ingreso bajo y medio.
Para
Bernie Sanders, quien en 2016 movilizó 46 por ciento del voto
presidencial demócrata, el recorte de impuestos recién aprobado por
el Senado “es una victoria para los mil-millonarios y un desastre
para la población de Estados Unidos”. En entrevista transmitida
por CNN Jack Tapper dijo a Sanders: “entiendo que usted no está de
acuerdo con la nueva ley y ya que según el Tax Policy Center en 2018
esa ley otorgará recortes impositivos a 91 por ciento de los
estadunidenses de ingresos medios ¿no es eso bueno?” Sanders
respondió: “Si, desde luego que eso es bueno. Pero debieron haber
hecho recortes impositivos permanentes. Lo que hicieron los
republicanos fue hacer recortes impositivos permanentes para las
grandes corporaciones mientras los recortes temporales fueron para la
clase media”.
Citando
al Tax Policy Center aludido por Tapper, Sanders le recordó que
según esa fuente “al final de 10 años 83 por ciento de los
beneficios irán en favor del uno por ciento de mayores ingresos y 60
por ciento de los beneficios van hacia un décimo de ese uno por
ciento: En 10 años más de 80 millones de estadunidenses estarán
pagando más en impuestos y como resultado de esta legislación más
de 13 millones habrán perdido su seguro de salud (health insurance),
los deducibles subirán y tendremos un déficit adicional de un
billón 400 mil millones (1.4 trillion) de dólares como resultado de
esta ley y Paul Ryan (vocero de la mayoría republicana en la cámara
baja) andará por ahí diciendo: ‘debemos realizar recortes a los
seguros de salud y médicos’. Para responder a su pregunta,
¿debemos hacer recortes según las necesidades de la clase media?’
sí debimos. Pero en esta legislación la masa de los beneficios es
para las grandes y lucrativas corporaciones y para los
mil-millonarios”.
Como
se muestra en estudios del economista Mark Weisbrot del Center for
Economic and Policy Research, Washington DC, los recetarios del FMI,
para la población, sea de la Eurozona o de América Latina,
fracasan. Son guerra de clase. En México, con un medio paramilitar
alimentado por Estados Unidos y la NRA con armas de asalto, el
recetario fondista (alza a tortillas y gasolinas) es materia de alto
peligro. Ya la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito recordó
que hay unas 6 mil 700 ventas de armas a lo largo de la frontera con
México, fuente de un torrente anual de unas 730 mil armas ilegales.
También en Estados Unidos el clasismo de Trump y las ventas de la
NRA gestan alta explosividad. Montar otro crimen de lesa humanidad
para revertir costos electorales es gasolina lanzada a un planeta en
llamas.
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